Vida oculta
La última película de Terence Malick cuenta la historia del beato austríaco Franz Jägerstätter: un granjero austriaco apresado por no prestar juramento de fidelidad a Hitler.
La película, de tres horas de duración, no tiene desperdicio. Es todo un poema. Hay escenas que sirven de meditación: como cuando ambos esposos cavan juntos en el barro y reluce más que nunca el oro de las alianzas en sus manos. La fotografía es espectacular. Y la figura de Jägerstätter verdaderamente atractiva por la humanidad que irradia: ni remilgado ni santurrón. Es todo un hombre al que le gusta bailar con su mujer, jugar con sus hijas, trabajar duro en el campo y beber una buena cerveza por las tardes.
Siendo tan poética (la gota de agua en la hoja, la cascada que cae solemne desde lo alto del monte) aborda sin cortapisas el drama de la historia de este mártir. Todo a su alrededor viene a decirle: “firma este papel y presta juramento a Hitler, siente y piensa por dentro lo que quieras, y asunto arreglado: vuelves a casa con tus hijos y tu mujer”. No encuentra apoyo ni en sus amigos del pueblo (salvo contadas excepciones) ni en el párroco del pueblo ni en el obispo a quien acude (a quien Jägerstätter disculpó porque sabía que tenían miedo a que falsos espías se les colasen y les cazasen en una palabra inoportuna). Solo le apoyan su mujer y su suegro.
Se puede leer más de la historia de este beato en “Esposos y Santos”, publicado en la Editorial Didaskalos.
Las críticas negativas que ha recibido Malick no hacen sino confirmar la calidad de su obra (nada mejor que leer críticas de cine para guiarse justamente por el criterio contrario) y los comentarios escuchados en el cine (“pues nos lo podría haber contado con una hora menos de película”) no hacen sino señalar con el dedo a la decadente Europa: tal vez el coronavirus nos haga espabilar.
Buen fórum.
Carlos Ojea.
Buen fórum.
Carlos Ojea.
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