lunes, 6 de abril de 2020

Wim Wenders: "Paris, Texas"

Atención: ver la película antes de leer esta reseña (spoiler).

La película se puede ver por un módico precio aquí.

Misericordia y verdad, ¿pueden ir de la mano? ¿Es posible el perdón haciendo simple borrón y cuenta nueva? Paris, Texas, la película ganadora del Festival de Cannes de 1984, dirigida por Wim Wenders (director de El cielo sobre Berlín) ofrece una respuesta.

La narración introductoria –sin palabras– es impresionante: nos encontramos, a vuelo de halcón,  con un hombre barbudo, desaliñado, perdido en el desierto de Arizona, que vaga sin rumbo fijo. Logran contactar con su hermano, que vive en Los Ángeles y va a recogerle. Sin memoria, es incapaz de pronunciar palabra: parece un árbol con piernas que se mueve no se sabe hacia dónde. La palabra vuelve a su boca a través de un simple vocablo: París. Pero, pronto se descubre que no se refiere a París, Francia, sino a Paris, Texas (pequeña broma que aparece a lo largo de la película). En Paris, Texas hay una finca desierta de la que conserva una fotografía, lugar donde sus padres hicieron por primera vez el amor, donde probablemente él fue concebido: lugar, por tanto del origen. Sólo a partir del propio origen, el protagonista –Travis– comienza a recordar su historia, quién es, a su hijo… y un doloroso secreto, que guarda en silencio, revela que algo recuerda de su mujer.

Tras recuperar su memoria viaja con su hermano a Los Ángeles, donde vive con él su hijo. Es muy hermoso ver cómo es el hijo el que guía al padre a lo largo de la película en busca de la madre. Travis descubre que su mujer hace un ingreso en un banco de Houston el día cinco de cada mes para su hijo. De forma que viaja con él hasta dicha ciudad, donde llegan temprano. Se apostan para vigilar, pero se quedan dormidos. Es el niño el que se despierta y reconoce a la madre. Consiguen darle alcance en coche y a un cierto punto de la carretera descubren otro coche igual a su lado: cada uno se desvía en una dirección; ¿a cuál seguir? El hijo indica al padre cuál es el coche correcto y… acierta.

El descubrimiento es triste: la madre trabaja en un burdel, donde las chicas hablan con los clientes a través de un teléfono en una sala, separados por una mampara de cristal: el cliente ve a la chica, la chica no ve al cliente. Travis consigue hablar con ella, sin revelarle la propia identidad. Se produce entonces una escena de la que dan ganas de decir: “¡esto es cine en estado puro!”. A través de la narración de la propia historia vivida que hace Travis, de un matrimonio asfixiante en el que él ahogaba con su afecto ingombrante –que dirían los italianos– el amor conyugal, en el que ella consideraba al hijo como la cadena que la tenía prisionera al marido, se produce un nuevo encuentro entre los cónyuges: él da un primer paso; ahora es ella quien debe dar el siguiente. Y es que el perdón necesita sus tiempos. El nexo entre la misericordia y la verdad es el hijo, con quien ella se encuentra en un hotel: escena fascinante, donde la iniciativa del abrazo la tiene el niño, quien muestra ahora a la madre que la pelota del perdón está en su tejado, que debe ahora dar ella el paso sucesivo.

Buen forum.

Carlos Ojea.

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