Juan Baselga nos envía esta aportación y nos ofrece posibilidad de lectura aquí.
C.S. Lewis relata en esta saga de 7 libros aventuras fantásticas basadas en la mitología nórdica. Compañero y amigo de Tolkien, ambos poseían una sólida formación y un agudo intelecto. Desde el primero de ellos, “El Sobrino del Mago”, hasta el séptimo, “La Última Batalla”, vemos una lucha alegórica entre el bien y el mal ambientada en la maravillosa Narnia, cuyo creador es Aslan, un león muy singular. Son historias especialmente recomendadas para niños, aunque también válidas para adultos.
El Hno. Tomás Sastre nos envía esta aportación (atención: spoiler).
Monseñor Bienvenu Myriel acogiendo en su casa a Jean Valjean (un presidiario huido tras 19 años en la cárcel y galeras),compartiendo con él sus cosas y perdonándole, transforma el corazón de Jean Valjean, cuyo corazón se había ido endureciendo en la cárcel.
El obispo acoge, da y perdona gratuitamente; más allá de lo debido. Y Jean Valjean es capaz de reconocer lo que se le da como no debido y eso le permite cambiar. En el obispo está el dar, en Jean Valjean acoger el don. A partir de ese momento, la caridad recibida traspasa todas las acciones de Jean Valjean concretándose en su encuentro con los demás.
Señalar el encuentro con Fantine (madre de Cosette), una mujer más miserable que él y que le descentra más aún de sí mismo y le abre a la paternidad, adoptando tras la muerte de Fantine, a su hija Cosette.
¿Por qué cambia el corazón de Jean Valjean y no el de Javert? ¿Por qué Javert no es capaz de cambiar y se suicida?
Víctor Hugo es capaz de presentar todos los personajes con una gran profundidad, mostrando los deseos, pasiones y razonamientos de cada corazón, descubriendo que le mueve a cada uno, y mostrando la miseria humana parece que pide que no ignoremos por ello a los miserables, los cuáles esperan un amor que les saque de su miseria.
Gravity es una película de 2013, dirigida por el mejicano Alfonso Cuarón, que consiguió el premio al mejor director tanto en la gala de los Óscar (junto a otros seis premios) como en la de los Globos de Oro.
La Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock) es una especialista en su primera misión a bordo del transbordador espacial Explorer. Acompañada por el veterano astronauta Matt Kowalski (George Clooney), quien está al mando de su última misión antes de retirarse, intenta durante un paseo espacial reparar el telescopio espacial Hubble. En un cierto momento, el Control de Misión en Houston advierte al equipo que la destrucción de un satélite ruso, cuyos escombros han provocado una reacción en cadena destruyendo otros satélites y formando una nube de desechos que avanzan hacia ellos a gran velocidad. En efecto, el transbordador espacial es alcanzado, produciéndose el desastre: tan sólo sobreviven Stone y Kowalski. Realizan entonces un paseo espacial hasta la Estación Espacial Internacional: durante el paseo, con Egipto y el Nilo al fondo iluminados de noche –a modo de éxodo– hablan de la vida de la Dra. Stone: ella perdió a su hija y, desde entonces, la vida se convirtió para ella en una terrible monotonía sin sentido, en conducir a ninguna parte: por eso viaja al espacio, porque le gusta la soledad y el silencio.
Al llegar a la Estación Espacial, se produce un nuevo accidente: se corta el cable con que ambos astronautas estaban unidos y, pese a que Stone le intenta salvar, Kowalski sale despedido al espacio, dándole las últimas instrucciones para que ella se salve. Stone entra en la Estación, pero la nave anclada tiene el paracaídas desplegado y está inutilizada para la reentrada. De forma que tiene que viajar con esta nave hasta la Estación Espacial China y allí coger una nave para volver a la tierra. Pero, para añadir más intensidad al drama, la nave de la Estación Espacial Internacional no tiene combustible. Stone se resigna a morir y apaga el suministro de oxígeno de la cabina con el fin de cometer un suicidio sin dolor. En ese momento Kowalski aparece fuera milagrosamente y entra en la cápsula: comienzan una pequeña discusión sobre cómo volver a la Tierra y entonces él le echa en cara: “¿quieres volver o no? Te entiendo: aquí arriba se está muy bien, puedes apagar las luces de la cabina, nadie puede hacerte daño. Pero si vuelves a la Tierra, tendrás que superar la muerte de tu hija”.
Gravity es, por tanto, un canto a la necesidad de las relaciones. La película comienza con esta frase: “A 600 kilómetros del planeta Tierra, la temperatura fluctúa entre +125º y 65º grados bajo cero. No hay sonido. No hay presión del aire. No hay oxígeno. La vida en el espacio es imposible”. Otra forma de decir: la vida en soledad es imposible. A raíz de la muerte de su hija, la Dra. Stone levantó un muro alrededor de sí misma, hasta el punto de ir al espacio, a la soledad. Su amigo, Kowalski, es capaz de hacerle afrontar el problema: el pasado no está ni para olvidarlo ni para ocultarlo, sino para aceptarlo y así poder integrarlo en la historia de una vida. La Dra. Stone huye de la Tierra, de la gravedad, buscando una aparente libertad que no encuentra. Precisamente en la gravedad, en los vínculos, es donde el hombre es plenamente libre.
¿Se puede encontrar a Dios en un buen plato? ¿Se puede encontrar a Dios en las cosas buenas de la vida? Esta es la pregunta que subyace de fondo en la película por todos conocida, El festín de Babette.
Pregunta cuya respuesta no es obvia pues, nos guste o no, tenemos todos una cierta influencia del puritanismo que nos lleva a rechazar instintivamente, casi sin quererlo, lo bueno y placentero de la vida, o al menos a mirarlo con cierto recelo. ¿Quién no ha dicho alguna vez, en broma, por supuesto, “esto está tan bueno que tiene que ser pecado”? Hay, en el fondo, una cierta sospecha: ¿será bueno que esté disfrutando de este plato?
- “¡Esto es sopa de tortuga!”
- “Evidentemente, es sopa de tortuga”.
Este pequeño diálogo entre el militar y uno de los invitados en El festín de Babette nos revela la radical diferencia entre concebir una vida bajo sospecha y concebir la vida como algo grande, algo de lo que puedo disfrutar y en la que puedo encontrar a Dios. “Sólo se vive una vez”, cantaba el grupo Azúcar moreno; y es verdad, sólo tenemos una vida para disfrutar. Y esta vida es ya vida eterna; de modo que nos estamos jugando mucho, nos estamos jugando la eternidad.
El festín de Babette también nos ayuda a situar correctamente la penitencia. “¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que les quiten al novio, ese día ayunarán”. Por supuesto, la vida del cristiano está marcada por los tiempos, y en ellos la cuaresma ocupa un lugar decisivo como tiempo de purificar el corazón. Porque el cristiano entiende bien los tiempos de su vida, entiende bien el tiempo de ayuno; entiende bien cuando se sienta en un gran banquete que aquél está servido para disfrutarlo, para generar comunión con el resto de comensales y así llegar a Dios.
Comer solo es de lo más triste que hay en la vida. Cuando uno come solo parece que no hay tanta hambre y la cuestión se despacha, generalmente, mal y deprisa. El ser humano no está hecho para comer solo, sino para comer con otros, símbolo de comunión. Pues se llega a Dios a través de la mesa y el mantel, sí, pero de la mesa y el mantel compartidos con otros.
“La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besarán”. Este brindis final del militar en El festín de Babette nos recuerda que es posible la reconciliación en el hombre, y que es posible precisamente a través de un banquete. Nos dice: “no busques la justicia y la paz fuera de lo que es humano sino, precisamente, en lo más humano”. Nada más humano que un banquete, donde mantel, ambientación, vajilla, cubertería, alimentos y bebida están elaborados con excelencia para generar comunión, propia del ser humano.
Hemos llegado a los 40 autores. Pero, evidentemente, 40 es un número simbólico. Número de purificación en la Biblia que apunta a los 50, que es signo de plenitud. Que también es simbólico. Simbólico no quiere decir falso, sino que apunta a una realidad mayor.
Así que seguimos adelante con los 40, los 50 y los que se presten, agradeciendo las colaboraciones que me vais enviando.
1656. Óleo sobre lienzo, 320,5 x 281,5 cm. Sala 012.
Es una de las obras de mayor tamaño de Velázquez y en la que puso un mayor empeño para crear una composición a la vez compleja y creíble, que transmitiera la sensación de vida y realidad, y al mismo tiempo encerrara una densa red de significados (Fuente: Museo del Prado).
Atención: ver la película antes de leer esta reseña (spoiler).
La película se puede ver por un módico precio aquí.
Misericordia y verdad, ¿pueden ir de la mano? ¿Es posible el perdón haciendo simple borrón y cuenta nueva? Paris, Texas, la película ganadora del Festival de Cannes de 1984, dirigida por Wim Wenders (director de El cielo sobre Berlín) ofrece una respuesta.
La narración introductoria –sin palabras– es impresionante: nos encontramos, a vuelo de halcón, con un hombre barbudo, desaliñado, perdido en el desierto de Arizona, que vaga sin rumbo fijo. Logran contactar con su hermano, que vive en Los Ángeles y va a recogerle. Sin memoria, es incapaz de pronunciar palabra: parece un árbol con piernas que se mueve no se sabe hacia dónde. La palabra vuelve a su boca a través de un simple vocablo: París. Pero, pronto se descubre que no se refiere a París, Francia, sino a Paris, Texas (pequeña broma que aparece a lo largo de la película). En Paris, Texas hay una finca desierta de la que conserva una fotografía, lugar donde sus padres hicieron por primera vez el amor, donde probablemente él fue concebido: lugar, por tanto del origen. Sólo a partir del propio origen, el protagonista –Travis– comienza a recordar su historia, quién es, a su hijo… y un doloroso secreto, que guarda en silencio, revela que algo recuerda de su mujer.
Tras recuperar su memoria viaja con su hermano a Los Ángeles, donde vive con él su hijo. Es muy hermoso ver cómo es el hijo el que guía al padre a lo largo de la película en busca de la madre. Travis descubre que su mujer hace un ingreso en un banco de Houston el día cinco de cada mes para su hijo. De forma que viaja con él hasta dicha ciudad, donde llegan temprano. Se apostan para vigilar, pero se quedan dormidos. Es el niño el que se despierta y reconoce a la madre. Consiguen darle alcance en coche y a un cierto punto de la carretera descubren otro coche igual a su lado: cada uno se desvía en una dirección; ¿a cuál seguir? El hijo indica al padre cuál es el coche correcto y… acierta.
El descubrimiento es triste: la madre trabaja en un burdel, donde las chicas hablan con los clientes a través de un teléfono en una sala, separados por una mampara de cristal: el cliente ve a la chica, la chica no ve al cliente. Travis consigue hablar con ella, sin revelarle la propia identidad. Se produce entonces una escena de la que dan ganas de decir: “¡esto es cine en estado puro!”. A través de la narración de la propia historia vivida que hace Travis, de un matrimonio asfixiante en el que él ahogaba con su afecto ingombrante –que dirían los italianos– el amor conyugal, en el que ella consideraba al hijo como la cadena que la tenía prisionera al marido, se produce un nuevo encuentro entre los cónyuges: él da un primer paso; ahora es ella quien debe dar el siguiente. Y es que el perdón necesita sus tiempos. El nexo entre la misericordia y la verdad es el hijo, con quien ella se encuentra en un hotel: escena fascinante, donde la iniciativa del abrazo la tiene el niño, quien muestra ahora a la madre que la pelota del perdón está en su tejado, que debe ahora dar ella el paso sucesivo.